Hace unos días en Diario del Viajero partíamos de viaje hacia las tierras de la Península del Sinaí en Egipto. Hoy nos aventuraremos en otro lugar poco transitado por los viajeros que ponen rumbo a la tierra de los faraones pero que conserva una belleza e historia única en el mundo. Hoy viajamos al Oásis de Siwa.
Durante nueve horas en autobus atravesaremos desde Alejandría llanuras desérticas con poco tránsito de vehículos. Si nos sorprende la noche el aire gélido del desierto se filtrará entre las puertas desvencijadas de estos vehículos. Por lo que os recomiendo llevar alguna prenda de abrigo.
Siwa se encuentra en medio del desierto, de la nada, de la desolación, cercana a la frontera con Libia, a unos 850 km del Cairo y se trata de una de las regiones más aisladas de Egipto y un lugar poco transitado por el turismo de masas. Está rodeada por un palmeral que se precipita sobre las dunas del desierto y sobre un lago salado. Su historia es milenaria y sus calles son aún transitadas por carros de madera y burros.
Pocos oasis custodian la historia que guarda celosamente Siwa. Existen especialmente dos personajes históricos que tiñen de leyenda estas tierras inhóspitas. El primero de ellos es Alejandro Magno, el que cual tras la conquista de Asia Menor puso rumbo a Egipto, fundado la ciudad de Alejandría. Inmediatamente después de la fundación se dirigió al Oráculo de Siwa. Alejandro quería reafirmar su creencia sobre que era descendiente del dios Amón Ra. Olimpia, su madre, le había llenado la cabeza de estas ideas.
La historia nos cuenta que es en el Oráculo donde se le reconoce como ser divino, tras lo cual se proclamará faraón de Egipto antes de partir a la conquista de Persia. En la travesía hasta Siwa estuvo a punto de perder la vida junto a varios de sus compañeros, pero milagrosamente llegaron al oasis. Hay que tener en cuenta que en aquella época el oráculo de Siwa era tan importante y de tanto renombre como el de Delfos, en Grecia.
El segundo personaje que cubre estas arenas del desierto de Libia de historias legendarias es el historiador griego Heródoto. Él nos narra como Cambises II rey de Persia ( 524 a.c) envío a 50.000 soldados a atacar el fuerte del oásis, pero el ejército desapareció en medio de la arena del desierto sin dejar rastro.
Para adentrarnos más aún en los pliegues de estas historias lo mejor que podemos hacer es alquilar una bicicletas (por menos de 10 euros el día) y adentrarnos por los caminos arenosos del palmeral. Nuestro primer destino en Siwa no puede ser otro que el famoso oráculo. Con respeto atravesamos sus muros que aún hoy conservan inscripciones egipcias. Y al igual que Alejandro podremos cuestionar al oráculo sobre el devenir de nuestro viaje, aunque en esta ocasión no encontraremos a ningún sumo sacerdote custodiando la entrada.
El oráculo se encuentra sobre una cima de rocas visiblemente erosionadas. Desde lo alto se divisa el majestuoso paisaje. Se contemplan los palmerales bebiendo de las orillas del lago y las dunas precipitándose sobre los límites del oasis. Los carromatos van y vienen en su quehacer diario, y los niños juegan y corretean, te saludan afectuosamente y forman partidos de fútbol en los patios. Las niñas huyen despavoridas de las fotos.
Una vez visitado el oráculo podemos encaminarnos a un baño termal donde se cuenta que a Cleopatra le gustaba relajarse. Allí nos podremos bañar en una especie de alberca de aguas cristalinas, de un verdor esmeralda. Desde el fondo brotan burbujas. No será extraño encontrar a grupos de niños nandando, mientras nuestra imaginación se remonta a tiempos pasados de esparcimiento y diversión.
Tras el chapuzón continuaremos en nuestras bicicletas y pondremos rumbo al templo de Amón Ra y a la antigua fortaleza medieval de Siwa, construida en el siglo XIII con sal, yeso y ladrillos de tierra. Si el hambre nos acecha durante el recorrido a las afueras del oásis, podremos degustar libremente dátiles de los innumrables racimos que penden de las palmeras.
Siwa te invade con su aroma a sal, proveniente de su laguna. Reconforta y nos enseña una manera sencilla de vivir el día a día. En medio de la sequedad surge el esplendor del verdor y el correr predecible de la vida.
Recomiendo despedir el día sentados a orillas de la laguna junto al palmeral. La laguna se extiende sobre nuestro horizonte mientras el sol pretende apagar su fuego sobre las aguas. Las palmeras dibujan su silueta sobre el fondo incandescente que es el preámbulo de una noche clara por la intensidad del brillo de las estrellas en el desierto.
Imágenes | Víctor Alonso En Diario del Viajero | Egipto: los 10 imprescindibles, Egipto: los 10 imprescindibles (II), Kebili, un fantasma en medio del oasis, Tozeur, el oasis por excelencia, Chandigarh: un oasis en medio de la India